sábado, 3 de octubre de 2015

Reflexivo II


Cuando me trajeron a estudiar, yo no pensaba que la adaptación sería tan difícil, yo entendía que ya no estaría con mi familia y pensaba que no había mucho de que preocuparse, me llevaban a otra provincia, dentro del mismo país, no tenía que costarme tanto.

Pero el día a día fue convirtiéndose en un mundo muy caótico.

Yo en el sur tenía mis dificultades pero sabía manejarme.

A mi no se me había ocurrido nunca que venir al norte me acarrearía tantos inconvenientes.

Ir a comprar una lata de choclo, un poco de queso y una pascualina para hacer una tarta derivaba en tener una conversación casi obligada con el almacenero sobre como estaba el día, sobre si veía fútbol, de porque yo alentaba a un equipo de buenos aires y no a uno de mi provincia. Eran muy entrometidos en los temas de uno.

Todo tenía una broma, todo eso me cansaba.

Yo odiaba que me llamaran gringo, porque así me llamaba un tipo que había estado en pareja con mi abuela, cuando el idiota sabía que no me gustaba que me llamaran así. Acá, "gringo" paso a ser mi apodo principal.

De pronto se acabaron las ganas de convivir.

Como los odiaba.

Cuando hablaban, rápido, deformando la pronunciación y llevándola casi a lo inentendible para mí.

Se ahorraban las consonante de casi todas las palabras, y eso me obligaba a adaptarme a lo que parecía una lengua totalmente nueva y nunca enseñada en la escuela.

Y su sentido del humor, todo provocaba la gracia y las risas exageradas, yo que venía de la cuna nacional de la seriedad y la mirada firme no podía soportar semejante desborde de sonrisas.

No podían pronunciar mi segundo nombre porque al ser mapuche, la pronunciación les resultaba confusa, y por ende ni siquiera hacían el esfuerzo por intentar mencionarlo al menos una vez.

A los bizcochos de grasa les decían "criollos" y eran el sustituto de todo al momento del desayuno y la merienda y cuanto ocasión de tomar mate hubiera.

En las panaderías no vendían tortas fritas, en la mayor parte de ellas solo encontrabas "criollos".

¿Como carajo me adapto a esto? pensaba yo muy internamente.

El tiempo me enseño.

Cuando me canse de tropesar y golpearme con los mismos problemas de siempre, cuando asumí que no podía seguir viviendo como extranjero en mi propio país por no querer aceptar las costumbres de otros connacionales, por mas que ellos no quisieran aceptar muy del todo las mías.

Cuando entendí que no podía seguir persiguiendo sueños de allá, estando yo acá.

Ahí me encontré. Y me dolió. Y me sentí un poco solo. Quizás muy solo.

Y ahí acepte que necesitaba conocer gente de acá, y empezar a aprender.

Porque eso es la vida, un ida y vuelta permanente, pero siempre aprendiendo.

Acepte empezar a hablarme con aquellos que me hablaban y yo ignoraba.

Comencé a juntarme con ellos a estudiar y a comer cada vez que era posible, ya que hasta el momento me hablaba por lo general con chicos de otras provincias y principalmente de mi provincia natal.

Conocí varias caras en una misma ciudad, la de la vida "bien" de Nueva Córdoba, la de vida "normal" en los limites del centro y los barrios aledaños, y la vida sufrida en los margenes de la ciudad.

Así viví varios años. Ame las luchas de Alberdi, las luchas del "Pueblo de La Toma", las tome como bandera propia, aunque no lo fueran quizás.

Me volví interesado en saber por la vida de quienes no tenían escuelas y hospitales decentes, de quienes padecíamos un transporte con paros sorpresivos que nos dejaba a mitad de camino del destino deseado.

Me volví adicto al "Paseo de los Artesanos", empece a sentir la necesidad de peregrinar sus calles y pasajes de manera rutinaria y religiosa todos los fines de semana. Empece a comprender que ese lugar me transmitía una enorme calma.

Con los años llegue a la necesidad de aclarar mi mirada política. Pero tarde en mostrarlo públicamente, tarde siete años en hacerlo.

Y cuando llego el momento y pude en aquel papel de militancia ver que lo que yo conocía en realidad era mucho mas complejo, comprendí que no me había alcanzado el tiempo, y que quizás lo desperdicie enojandome sin sentido.

Cada nueva persona me enseño una razón para sonreír, me explico que siempre había motivos para juntarse y expresar la alegría de una amistad.

Entonces lo asumí, empece a reír mas seguido, empece a mirar de manera optimista, a sonreír y agradecer la oportunidad de conocer a cada uno de los que estaban cerca mío.

Y mi tonada sureña de pronunciación neutral y seca acepto algunos términos naturales de acá.

Ahora ya aceptaba cada broma con humor, disfrutaba de cada chiste y las diferencias culturales ya no era una barrera natural para mí; ya no existían ahora.

Asumí que el "Paseo de los Artesanos" era mi nuevo "Lugar en el mundo".

Entendí que todo este tiempo me había equivocado.

En realidad yo venía de la cuna nacional de la antipatía y al parecer había sido el líder de esa región.

Valoré cada encuentro. Valoré cada momento. Comencé a sentirme uno mas entre el montón.


No puedo creer lo que voy decir, de hecho nunca pensé que iba a hacerlo:

Voy a extrañarlos mucho cuando ya no este mas acá.


No hay comentarios: