domingo, 13 de abril de 2014

La tarde que conocí a Laiseca

Fue una tarde, la estación otoñal pero con un clima veraniego que se negaba a caer en la antesala del invierno.

Iba a ser en el teatro frente a la Plaza General San Martín, el Obispo Mercadillo, pero dada su particular situación, su delicada salud, termino siendo en uno de los patios internos del cabildo.

Allí volví a verlo a Walter, tantos años, teníamos cosas en común, una de esas, tan maravillosa por cierto, nos llevaría a encontrarnos nuevamente.

El entró, pidió disculpas por el artefacto de ayuda para caminar "La próxima vez prometo que no voy a tener esto encima", recuerdo que dijo mientras lo levantaba y dejaba caer con fuerza.

Nos contó lo que fue la visita, los reconocimientos, nos agradeció la paciencia, la concurrencia que no fue menor, donde se noto que el patio del cabildo no era comparable en sus dimensiones al cómodo salón con confortables butacas del Obispo Mercadillo.

Y finalmente acomodo el clima del lugar, impuso su voz, y comenzo a relatar...
                                                             La caída de la casa Usher.

Para cerrar un día magnifico Walter le pide al relator que le conceda el honor de encenderle un cigarro. Aún hoy me sorprendo de haberme avivado a tiempo de fotografiar el instante, algo que Walter no sabía como agradecer, y algo de lo que yo evidentemente no guardaba noción sobre su magnitud.

Cerramos la tarde con mi amigo buscando una casa fotográfica, viendo donde dejar el rollo, ya era tarde, y nos salvo el shopping a tres cuadras, no quedaba mucho tiempo y el muchacho tenía que tomar su colectivo de regreso. Su visita a la ciudad había sido muy fructífera.


Mi felicidad se puede ver en la foto. Fue un gusto, Señor Maestro.



 

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